La cera es un producto segregado por las abejas de entre 12 y 28 días de edad, en forma de pequeñas escamas, segregándola de glándulas de la parte inferior de los 4 últimos anillos del abdomen; al contacto con el aire, la cera se endurece y forma pequeñas escamas en la parte inferior de la abeja. La cera es de color blanco translúcido cuando está recién secretada y se vuelve amarilla durante el almacenamiento de polen y miel o con su uso para cría. 



Es el material que las abejas usan para construir las celdillas donde crían y almacenan la miel y el polen. Se necesitan casi un millón de estas escamas para tener un kilo de cera y para fabricarlo la colmena consume entre 8 y 12 Kg de miel. Las abejas la usan para construir las celdillas en las que conservan la miel y el polen; la reina deposita en ellas sus huevos y las nuevas abejas se crían en su interior. 

Al contrario de las grasas y aceites, la cera de abeja no se seca ni deteriora con el paso del tiempo; es por eso que se han encontrado bloques de cera inalterada en tumbas egipcias y en restos de antiguos naufragios.



Su consistencia es suave y quebradiza cuando es fresca, con un sabor ligeramente balsámico, insoluble en agua y no es digerida por los mamíferos. La cera está constituida principalmente por monoésteres de ácidos céreos, hidroxiésteres, diésteres y triésteres, esteres de colesterilo, materias colorantes, lactonas, alcoholes libres, ácidos céreos libres, agua y minerales.



 Las propiedades terapéuticas de la cera de abejas eran conocidas ya en la antigüedad. Se ha utilizado tradicionalmente: para fabricar velas para el alumbrado y con fines religiosos, como recubrimiento impermeabilizante, en tablillas de escritura, esculturas…; y en remedios en la farmacopea tradicional: para fortificar las encías, siendo rica en vitamina A; tiene propiedades suavizantes, emolientes y nutritivas, antiinflamatorias y cicatrizantes.